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jueves, 30 de junio de 2011

EN EL PRINCIPIO



Como en cualquier momento de la vida, todo tiene su principio, quizás en el mismo momento que nace en el pensamiento, imaginación, idea o en la vida misma. El principio de esta historia, tiene su comienzo en el instante que dos personas decidieron llevar a cabo la procreación de un nuevo ser, mediante la unión de un espermatozoide y un óvulo, en el lecho conyugal unidos por lo que la mayoría de seres vivos conocen por amor.
¿Que era realmente aquello que iba a suceder? ¿Que podría conseguirse en el plazo de nueve meses?
Todos lo sabían; el feto iría creciendo hasta convertirse en un nuevo ser, formado por dos piernas, dos brazos, una cabeza, un cuerpo, y lo más importante, una mente y un corazón para sentir y apreciar el verdadero e inexcluyente sentido de la palabra amor.

Hacia las cuatro de la tarde decidí, no sin mucho esfuerzo, salir a conocer lo que me esperaba hasta el final de mis días, que coincidiría inexorablemente con el final de esta historia. Lo cierto es que ya por aquel entonces no me parecía excesivamente maravilloso, si no, ¿porqué tenemos que llorar?. Cada vez que lo pienso me doy cuenta que ¡era muy lista!, y que posiblemente las vivencias hacen que esa sensibilidad que todos poseemos al nacer, se vaya degradando lentamente con el paso del tiempo. Es posible, que en el instante en que nacemos tengamos toda nuestra capacidad, y a medida que nuestra mente va conociendo el acontecer diario, viendo aquello que se denomina bueno y malo, se nos encoja tanto la capacidad, como el corazón y los sentimientos. En el primer instante, en ese momento en que nos obligan a llorar, ya estamos luchando por una realidad. Es una continua lucha.

Así es como pienso que sucedió todo en un principio. No es que este arrepentida de ese principio, es precisamente igual al principio de todos los seres. Lo que más me atrae es el sentir que esa forma de conocer nuestra propia realidad, es lo que nos diferencia a unos de otros y la causa principal de que dos vidas sean tan abstractas y difusas y al mismo tiempo en apariencia tan semejantes, que casi en un instante no se puede ni apreciar la diferencia.

Y así es como empecé a conocer mi vida. Era el reflejo en la penumbra de todo aquello que los demás decían que era: guapita, me parecía a mama en esto y en aquello era clavadita a papa. Y es que te tienes que fiar de lo que oyes. En el principio tienes que tener ganas para confiar en la opinión de los demás. Con el tiempo, acabas detestandola.

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