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jueves, 18 de octubre de 2018

CUIDADORES

Estoy haciendo de cuidadora. No tenemos título ni sabemos un pimiento lo que debemos hacer pero intentamos acompañar con todo nuestro cariño para aliviar su mal trecho estado, con palabras y sonrisas que son lágrimas en el alma, debido a la impotencia que nos supone el no saber con certeza lo que hacer.
Somos cuidadores de nuestros padres, hermanos o de algún amigo descolgado,  y sentimos que nada es suficiente. Y es que en estos momentos "nada es suficiente". Somos inútiles, o al menos yo me siento así. No sabemos moverlos, aseárlos, saber lo que deben comer, desconocemos a veces lo que nos piden y, nos suena a chino lo que nos cuentan los médicos. Y sin embargo somos los protagonistas silenciados de esta historia.
Casi todos, en algún momento de nuestra vida hemos sido cuidadores.
Ni es un mérito ni hay que despreciarlo. Es un deber y una obligación hacia los nuestros y después de lo  visto, no hay mejor cuidador que el cuidador familiar.
Hace unas semanas estuvimos en un hospital de la sanidad pública, a la que he defendido toda mi vida y no puedo decir nada bonito de todo el tiempo que estuvimos allí. Jamás he vivido con nadie tanta falta de tacto; inhumano y asqueroso. Falta de personal, dicen algunos, y falta de ganas de trabajar y hacer las cosas bien, digo yo también.
Esta segunda vez, hemos decidido acudir a un centro privado donde la atención hacia el enfermo y los familiares es de diez. ¡Qué pena que todo sea dinero! ¡Hasta en la sanidad!
Nuestra función de cuidadores la hacemos igual en un lugar o en otro y lo que está claro que el cariño que proporcionamos ya es un grado en nuestro currículum.
Agradezco a todo el personal sanitario que entiende nuestro trabajo y nos apoya y aquellos que pasan por la vida de los enfermos con una agria sonrisa...espero que aprendan a base de pastillas para la tos.

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